La intervención domiciliaria supone beneficios tanto para el profesional como para el paciente.
Para el psicólogo, intervenir directamente en el domicilio conlleva poseer una cantidad de información enorme y, además, mucho más objetiva de la que obtendría en consulta. Por ejemplo, en el tratamiento de la población infanto-juvenil, se pueden instaurar más fácilmente hábitos de comportamiento adecuados en el mismo entorno donde se deben de realizar, como por ejemplo, las conductas relacionadas con las pautas de estudio, de sueño y, en definitiva, las rutinas y comportamientos diarios y adaptativos que realizan en su propia casa.
Por otro lado, para la persona demandante y su familia, el acercamiento a la terapia resulta más cálido y cercano, al estar en un entorno conocido y elegido por ellos mismos. A su vez, supone un ahorro de tiempo y de energía ya que hoy en día, debido al ritmo de vida que llevan las personas, y en concreto los padres y las madres, resulta muy difícil ajustarse a un horario determinado que no sea flexible y adaptado a sus necesidades.