Una vez me mostraron las ruinas de un viejo molino que dormía el sueño de los justos desde hacía 30 años. La yedra y la madreselva se disputaban el festín de los membrilleros y los ciruelos, que sucumbían a su voracidad. Un paisaje insólito rodeado de un río y una cascada, apoyado por un bosque, se abría a mis ojos incrédulos. Así que me puse a la tarea de rescatar el sitio, donde jilgueros, chochines, mirlos, patos y gallinas de agua se encargan de poner la música, con ayuda del agua, siempre presente para solaz de la garza real que anida entre los árboles del jardín. El Molí, resucitado, es ahora una villa de apartamentos para el placer y el retiro. Relajación.